El paisaje retratado por unos ojos pesados

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Esta publicación fue parte de la fiambrerita del 7 de abril 2024.

Estuve casi dos semanas en el oriente de Cuba en el 2018. Fui como parte de un proyecto educativo y de investigación en agroecología. Esta la primera de varias entregas sobre los apuntes que tomé en la libreta que llevé a ese viaje a Baracoa.


Se notaba que el cuerpo pesaba. Aunque, no más que la mirada de aquel nene que ayudaba a los demás hombres a cargar a quien cosechó su último cacao, envuelto en una sábana blanca que dejaba de serlo. Hacía mucho tiempo que no veía un cuerpo bañado en sangre.

De camino a Baracoa (2018)

Llegué al aeropuerto de Holguín un jueves por la tarde. De allí a Baracoa fueron como cinco horas de viaje por una carretera que en ocasiones no estaba embreada. Estar varias horas en un carro del siglo pasado fue mi primera experiencia en esa isla que tenemos bien presente en Puerto Rico como el ejemplo de lo que no debemos ser. Hubo muchos instantes en los que sentí que guiaba por el sur de Puerto Rico. Me recordaban lo que he vivido en Juana Díaz. Ver un hombre muerto, bañado en sangre, fue uno de esos momentos.

La escena aquella con el nene de ojos pesados que ayudaba a cargar el cuerpo de alguien (que presumo) que conocía, sucedió como a eso de las dos o tres de la tarde. En mi segundo día. Íbamos camino a una playa. Yo estaba impresionado por los paisajes. Nunca había visto tanta palma de coco. Me contaron que esas plantaciones se sembraron cuando comenzó a caer el azúcar. El coco está bien presente en la culinaria de esa zona de oriente. Estuve mirando siempre hacia el lado, en el asiento de atrás de otro carro del siglo pasado. Entonces, por eso no vi al señor que se tiró a la calle.

El paisaje agrícola cabía en esos ojos grandes y llorosos. Su voz temblaba pidiéndole ayuda a nuestro amigo conductor. “Hay que llevarlo al centro”. “Hermanito, llévanos al Centro de Salud”. “Se nos muere, se nos muere”.

Muchas palmas (2018)

Nos bajamos del carro mi colega y yo; nos sentamos en un banquito que había allí. Intenté mirar hacia la izquierda, hacia el paisaje, pero la derecha llamaba. Retraté esa escena con mis ojos incómodos.

Nuestro amigo parecía no querer llevarlos. Al rato nos contó que hay una ley en Cuba que obliga a personas con autos a dar ayuda en emergencias. En esa zona no había 911 o manera de comunicarse con alguna ambulancia. “Tengo que parar. Si no paro, me lleva la policía”.

Los que cargaban el cuerpo del agricultor eran hombres de distintas edades, cuarentones y pico parecían. Excepto el nene aquel, como de 13 o 14 años. Su cara tensa me recordó cuando uno se ve obligado a “ser hombre”. Había algo reconocible en ese nene, algo que yo conocía muy bien. Pensar en eso fue mi refugio para ignorar la sabana que se volvía roja.

Dejé de pensar en mi niñez por el grito de una señora que salió de una casa. Ese llanto fue un auxilio. Personas de otras casas, mujeres y niñas en su mayoría, salieron como si hubiesen sido llamadas. Una vez en mi barrio Jacaguas salimos así cuando a la señora de la tiendita frente a mi escuela elemental le asesinaron al hijo.

El paisaje que se veía desde aquella curva (2018)

“Ay, mi vida”. “Ay, mi amor”. Muchos abrazos y muchas lágrimas. El nene parecía querer unírseles. Su cara se convirtió en confusión. Se agarraba la coyuntura de su brazo izquierdo con su mano derecha. Parecía esconderse. Miraba con rareza al hombre que les decía a las mujeres que no lloraran. Y que luego ayudó a montar el cuerpo de quien había caído desde lo alto. ¿Cuánta gente muere cosechando lo que otros comen?

La guagua dio una virazón y se fue monte abajo hacia el Centro de Salud. El señor seguía regañando y pidiendo que dejaran de llorar. El nene se iba alejando del grupo. No me quedó más remedio que intentar perderme en el paisaje aquel. ¿Cuánta gente muere trepando palmas de coco? ¿Y cuántos niños se obligan a no llorar cuando lo necesitan hacer? Ni las vistas más impresionantes logran callar la mente.

Esta publicación es parte de La Fiambrera, un proyecto que enlaza mis amores por la investigación en sistemas agroalimentarios, la comida y cocina, al igual que la narrativa. Recibe una fiambrerita todos los domingos. ¿No recibes una fiambrerita semanal? Suscríbete aquí. Puedes acceder el archivo de las pasadas fiambreras aquí y acá puedes ver todas las pasadas columnas.

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