La transformación de un terreno abandonado para fortificar la soberanía alimentaria de Puerto Rico

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To read the original English version, published on NextCity on September 19, 2022, click here. Esta es la traducción de un artículo publicado en NextCity, el 19 de septiembre de 2022. Fue también reproducido en La Fiambrera del 26 de noviembre de 2023.


Tras el paso del huracán María, activistas del sur han transformado un terreno abandonado en un huerto comunitario y espacio de gestión social. Dicen que El Huerto es solo el principio.

La estructura de una antigua azucarera se encuentra en lo que fue un terreno abandonado en Ponce, ciudad de la costa sur de Puerto Rico. Se cree que es propiedad del Departamento de Vivienda de Puerto Rico. Se ha utilizado como vertedero ilegal durante por más de dos décadas.

Es uno de los muchos edificios y espacios abandonados en las ciudades puertorriqueñas, resultado de las innumerables crisis sociales, políticas y económicas actuales, junto con los efectos terremotos y tormentas mortales.

Pero ese terreno, de alrededor de diez mil pies cuadrado (menos de una cuerda), es también uno de los crecientes lugares abandonados que han sido recuperados y reclamados por las comunidades que les rodean. Quienes organizan de El Huerto Urbano del Callejón Trujillo, el huerto comunitario y espacio de gestión que desde entonces se ha hecho cargo del terreno, dicen que su objetivo es efectuar un cambio y tomar en sus manos lo que el gobierno está descuidando.

«Ser parte de esta comunidad fue me ayudó a superar la depresión y la tristeza que sentía después del huracán María», dice María Del Carmen Ramos, una ponceña de 26 años, quien trabaja y estudia en San Juan, la capital. Dice que El Huerto se ha convertido en un espacio para reflexionar sobre lo que es posible en un lugar donde las condiciones de vida, ya de por sí difíciles, son cada vez peores.

Maria Del Carmen Ramos cosechando una batata en El Huerto. (Foto por El Huerto en Facebook)

Después de que el huracán María, de categoría cuatro, azotara las islas en el 2017, un residente cercano del espacio, Luis Enrique, «vio la oportunidad de cocrear un espacio que ofreciera lo que faltaba, luego del huracán», dice Ramos. Desde el 2018, El Huerto se ha convertido en un lugar que genera una diversidad de alimentos saludables para las comunidades que lo rodean y facilita la oportunidad para que las personas aprendan habilidades agrícolas.

«Se pudiera decir que en realidad no hay un suelo malo, sino un suelo que no está bien cuidado», dice Ramos, que se ha dedicado a la agroecología y ha apoyado a personas agricultoras de la región como trabajadora agrícola.

En un archipiélago en el que la mayor parte de los alimentos son importados y más del 40% de la población se encuentra por debajo de los niveles federales de pobreza y experimenta inseguridad alimentaria, esfuerzos como el de El Huerto demuestran los beneficios que pueden surgir cuando se mejoran el acceso a la tierra y a los alimentos.

Los alimentos producidos por El Huerto se destinan a alimentar a los miembros de la comunidad, y han sido cultivados y cosechados por estudiantes que realizan allí sus horas de servicio, así como por muchas otras personas del sur de Puerto Rico que buscan un espacio para conectar con la gente y la tierra.

El proceso de rescate y transformación de El Huerto «me devolvió el poder de saber que lo es posible», dijo Yira Rodríguez en un cortometraje del 2020 sobre el espacio. «Me permitió reconectar con lo que significa ser de Borikén», el nombre nativo taíno de Puerto Rico.

El Huerto forma parte de un movimiento más amplio de recuperación y reclamación de terrenos abandonados en las islas.

Quienes son parte de El Huerto van desarrollando nuevo colectivo llamado La Aldea, a través del cual hacen accesible el arte, ayudan a fortificar habilidades agrícolas y proporcionan acceso a la tierra y a la conexión con la comunidad.  Recientemente, organizaron un “conversatorio sobre modalidades de gestión comunitaria” para compartir ideas y estrategias de organización con otros grupos comunitarios que han recuperado y transformado espacios en otras ciudades de Puerto Rico.

«Queremos adoptar un modelo que nos dé los medios para proteger y sostener nuestros esfuerzos. ¿Qué modelo?», se pregunta Ramos, quien ayudó a coordinar el panel, al que asistieron alrededor de 50 personas. «Tener esta conversación es un comienzo para que juntemos ideas y decidamos qué modelo es el mejor para nosotrxs».

En el panel se encontraba Dalma Cartagena, agroecóloga y maestra agrícola jubilada de escuela pública, quién habló de las escuelas con las que sigue trabajando en la zona rural de Orocovis, las cuales han sido transformadas en espacios para la producción de alimentos saludables, una de las muchas escuelas cerradas y abandonadas por el gobierno.

También participaron personas del Taller Libertá de Mayagüez, quiénes subrayaron la importancia de «activar espacios no utilizados para las artes», al igual que Bemba PR, cuyos esfuerzos consisten en «intervenir [con arte] en espacios públicos». Tara Rodríguez Besosa y Keila Ilanys, del Departamento de la Comida, ubicado en la zona rural de Caguas, hablaron de cómo estos proyectos comunitarios pueden servir como «agencias [gubernamentales] alternativas». Omar Ayala, de Urbe a Pies, también ubicado en Caguas, pero en el centro de la ciudad, habló de los esfuerzos de su grupo por recuperar varios edificios y espacios abandonados en Caguas, creando un ecosistema de servicios y oportunidades. A través de estas estrategias, estos diversos grupos y activistas comunitarios, así como quiénes componen La Aldea, trabajan hacia el objetivo común de fortalecer la seguridad económica y la soberanía alimentaria de Puerto Rico. Este lugar, dijo María Del Carmen, «se ha convertido en una plataforma de gestión social y de organización comunitaria».

Esos proyectos, junto a las acciones de El Huerto, demuestran lo que puede ser posible en un lugar donde el deterioro es constante. Más allá de ser un centro donde se produce y comparte comida, El Huerto ha creado un espacio para el intercambio de recursos y servicios, el cual también ha provisto educación ambiental, mientras aporta y fortifica los esfuerzos agroecológicos.

Pero más que todo, dice Ramos, El Huerto ha generado una oportunidad para “generarle bienestar” a quienes son parte de esa de comunidad y para quienes la rodean.

Antes y después. Transformación hecha por la comunidad de El Huerto. (Image stills from documentary by Luis Enrique González Lozano)

Reclamar algo que ha sido abandonado, atenderlo y transformarlo, es un acto político. Sin embargo, retomar espacios de esa manera no está libre de riesgos. En cualquier momento, el gobierno puede vender, ceder o reclamarlo. Sin embargo, en un lugar donde inversionistas e inescrupulosos andan comprando propiedades como parte de una corriente gentrificadora, mayormente para beneficiarse de exenciones y leyes que propenden al detrimento de Puerto Rico y su gente, retomar espacios se vuelve una opción necesaria. Pues, el mercado de bienes raíces es inaccesibles para la mayoría de las personas. “Es una posibilidad que nos quiten el espacio”, dice María Del Carmen, “pero también es una posibilidad que sigamos transformando espacios similares en Ponce”.

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