Este es el ensayo semanal de mi newsletter, La fiambrera. Suscríbete aquí
Esta publicación fue parte de la fiambrerita del 7 de septiembre de 2025.

Era una tarde cualquiera. Martes, quizás; a lo mejor eran las cinco y pico. Estaba esmayao y sin tantas ganas de cocinar. No había pollo descongelado o algo ya hecho. Mi pasado Yo no quiso hacer meal prep esa semana. Luego de estar un tiempito contemplando la vida y tratando de convencerme de no comer fuera, prendí la estufa.
Eché como una cucharada de aceite de oliva extra virgen cuando la sartén estaba caliente. Luego tiré las habas de lata que había enjuagado y secado en lo que calentaba la hornilla. Las dejé quietas unos minutos. Cuando se redujo el ruido, las meneé y noté el cambio de color; me gusta que algunas tengan algo de quemadito. Eché otro chin de aceite y condimenté con sal, pimienta, orégano, pimentón dulce y ahumado, comino y ajo. Las volví a saltear por un ratito, las eché en un plato y las dejé quietas pa’ que se enfriaran un chin. Luego, al cabo de unos minutos, las tiré en una cama de hojas que había en la nevera. Creo que era de arúgula; una que le había comprado a una amiga. Eso me hubiese satisfecho, pero ese día logré motivarme bastante.
Mientras se cocinaban en aquel primer paso, había picado cebolla lila que dejé reposando en vinagre tinto con poquita sal. También corté un tomate medio moribundo al que también lo dejé un ratito marinándose, pero con aceite, vinagre, sal y pimienta. Quedaba un cantito de queso que también eché. Se me pasó decir que antes de echar las habas, hice un aderezo con aceite de oliva y limón del país—lo clásico es tres partes aceite y una parte del ácido. En un potecito eché ambos, junto con sal, pimienta, un chin de miel, ajo y un poquito de mostaza a punto de expirar para que “emulsificara”.
Esa es mi ensalada de siempre. Lo que haya, encima de lo que haya. A veces es solo tomate y cebolla. En otras ocasiones es solo lechuga verde esperanza del país. Pasa también que uno se sientecon más tiempo o tiene más vegetales y hace algo distinto, como rodajas de repollo horneado.
Una ensalada puede ser cualquier cosa. ¿Plátano maduro con cebollines, jengibre, habichuelas y cilantro? Claro, lo importante es que esté bien condimentado, que esté sabroso. Aquella ensalada que me hice tenía las calorías y nutrientes necesarios para ser por sí sola una comida. Esa idea de que la ensalada es solo complemento es como una falta de respeto a la naturaleza.
Una vez le hice una ensalada similar a un sobrino que se describe orgullosamente como carnívoro. Me preguntó por la carne cuando le serví el plato. “Esto es lo que hay, mijo”. Se la comió y se sintió lleno y satisfecho. A cada rato me pregunta que cuándo le voy a hacer otra. ¿Y si le hubiese dado una pechuga de pollo echa en el microondas? Así pelá, con sal quizás. Carnes, vegetales, lo que sea, si no se cocinan bien, si no se condimentan, si no se bañan en sabor, no va a gustar.
¿Será por eso que la ensalada no tiene un sitial en nuestros menús? En este país nuestro, la lechuga semitransparente y el tomate importado que no quiere ser tomate se han vuelto casi un plato típico. Un acompañante que es básicamente una decoración en restaurantes de todo tipo.
Hace poco, entrevistaban a muchacho que empezó un carretón: “¿Por qué BBQ?”, le preguntaron. “Porque los vegetales son un nicho. Este país es carnívoro”, algo así dijo. Me gustaría que veamos a los vegetales con otros ojos, que los comamos más. No es dejar de comer carne, es comer más vegetales o platos que sean heavy en plantas. (No me voy a ir por un roto escribiendo de la obsesión que tenemos con las proteínas o con ideas erróneas de que una dieta alta en verduras no provee los nutrientes necesarios. Eso lo podemos dejar para después. No pienso que el issue sea una cuestión de “educación”).
Me acuerdo cuando hicimos una investigación que en parte era para entender por qué estudiantes de intermedia no comían en el comedor—que en ese tiempo fue cuando se servía el arroz integral del país—y encontramos que no iban porque “la comida no sabía buena”. Y ellos tenían clarito, clarito lo que era comer saludable y nutritivo. Pero si no sabe bueno, ¿pa’ qué entonces?
Recordemos que no solo se come por necesidad biológica, se come por placer y por otros aspectos. Oye, y yo estoy claro de cómo elementos estructurales—económicos, sociales, políticos y culturales—inciden en nuestra injerencia sobre los alimentos que cocinamos y en los cuales podemos encontrar y comprar. También reconozco los cambios históricos que han transformado nuestra dieta. El punto aquí es, en un Puerto Rico donde se pierde casi un tercio de la comida, donde no consumimos las viandas y vegetales que se producen aquí, donde transitamos por calles con un montón de frutas pudriéndose, ¿cómo sería la cosa si consumiéramos más vegetales de manera sabrosa? Yo le echo mi ensalada a cualquiera.
Días después de aquel martes fui a un cumpleaños y todavía tengo en la mente los destellos del verde que resaltaba en esa montaña blanca de platos de foam en el zafacón. Yo me la comí por no botarla. No había ni aderezo de pote para acompañarla. Cada bocado era un montón de textura que no me decía nada. ¿Qué hubiera hecho esa gente si la ensalada servida en ese cumpleaños hubiese sido la que yo me hice aquel martes?
Esta publicación es parte de La Fiambrera, un proyecto que enlaza mis amores por la investigación en sistemas agroalimentarios, la comida y cocina, al igual que la narrativa. Recibe una fiambrerita todos los domingos. ¿No recibes una fiambrerita semanal? Suscríbete aquí. Puedes acceder el archivo de las pasadas fiambreras aquí y acá puedes ver todas las pasadas columnas.
Deja un comentario