Para no sufrir (tanto) en la escuela graduada: Parte 2



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En el 2018 escribí una pieza con el fin de compartir estrategias y hábitos que me ayudaron a sobrellevar mi terrible primer año de la escuela graduada (2017). El escrito comienza con un verso de Sol Fantin: El problema del tiempo no es que sea corto, sino fugaz. Luego de dos años, todavía sostengo lo que escribí. Hay que saber para qué se quiere hacer un doctorado o maestría antes de tirarse la maroma. Y por supuesto, es importante conocer el lugar antes de llegar, lograr una buena relación con tu asesora, incorporar hábitos saludables, al igual que crear una comunidad de gente amorosa que se apoye una a las otras. Aquí quiero expandir esa lista con nuevas estrategias y reforzar otras mencionadas en el 2018.

La escuela graduada es un casi-limbo donde se trabaja para conseguir un grado académico, a través de la investigación, la escritura, el aprendizaje… Es un trabajo. No, no es una travesía, una misión, aventura o cualquier otro eufemismo tonto que se quiera usar. Ver el PhD (o la escuela graduada) como un trabajo, y entenderlo así, ha sido útil para estructurarme. He tenido el privilegio de crear mis horarios y agendo mis días en horarios flexibles, de acuerdo a las metas semanales―las cuales muchas veces no completo, para ser sincero. De acuerdo a las metas, reuniones y responsabilidades de la semana, separo bloques de tiempo para cada cosa. Por ejemplo, el verano en el que escribí mi propuesta de disertación, tenía matriculados 5 créditos y tenía asignadas 20 horas de ayudante de investigación. Mi asesora me permitió utilizar las horas para la propuesta, por lo que cada día enfocaba 5 horas con breaks a la misma. El tiempo restante se lo dedicaba a otras actividades que van más allá de mis estudios. En un momento hice consultoría para el Caribbean Agroecology Institute y trabajé iniciativas en el Puerto Rico Science Policy Action Network.

En el taller, «Acortando la brecha entre la ciencia, la política y los medios de comunicación». (2019) Foto por Simara Laboy.

Los proyectos por el lado han sido (y son) necesarios para no aburrirme de la disertación. Me han permitido fortalecer mis habilidades en divulgación científica y crear lazos de amistad con quienes he colaborado. He sacado C en cursos, F en exámenes, he recibido emails donde me regañan, pero no me arrepiento de haberle dedicado tiempo a cosas más allá de Vermont y mi disertación. Y no, la disertación no me define. Es un requisito de graduación. Es el mecanismo que me ha permitido poner en práctica la teoría que he aprendido, retar esas teorías y hacer contribuciones con mi propia línea de pensamiento. Tampoco dicta lo que haré en el futuro. Sé que sacar tiempo para cosas no académicas o para colaborar en proyectos diferentes es un lujo que no todas las personas tienen. Especialmente, aquellas que trabajan en laboratorios. Me ha ayudado tener una asesora que conoce mis intereses fuera de lo académico y con quien he conversado sobre porqué estoy haciendo un PhD.

            La relación con quien es la advisor es importantísima en la escuela graduada. Esa persona puede ser un gran apoyo o un gran escollo. Si no hay una relación auténtica, la cosa no va a salir bien. Mi advisor y yo hemos tenidos nuestros roces, pero el cariño, la autenticidad y el entendimiento han hecho que siempre podamos lograr consenso. Muchos de mis logros han comenzado con un “Sí” de ella.

Más desenvolverme en proyectos no relacionados a Vermont o desarrollar mis intereses creativos y no académicos ha sido vital para sentirme más confiado en mí como científico. Poco a poco uno va construyendo autoconfianza en la escuela graduada y se aprende a alzar la voz en pro de uno. Antes ni hablaba a lo que traducía algo en mi cabeza. Ahora lo digo en spanglish o me tomo el tiempo para explicar. También es importante alzar la voz contra males tan innatos en la academia como el racismo, la misoginia y el productivismo pendejo. Vivimos en una sociedad en la que quedarse en silencio es un privilegio que contribuye a perpetuar dinámicas que hieren y fomentan la desigualdad e inequidad. Hace poco hubo una serie de comentarios horribles en un canal de emails de la universidad. Escribí mis pensamientos con las manos temblorosas y le llamé la atención a la directiva del instituto.

Presentando mi propuesta de disertación sobre desastre, capacidad de adaptación y gobernanza en el sistema agrícola puertorriqueño. (octubre, 2019)

Mi pasado yo del primer año no hubiera escrito ese correo. Construir esa autoconfianza ha sido posible por varias experiencias. Unas positivas, como participar en el Yale Ciencia Academy, COMPASS Scientist Sentinels y otros programas fuera de Vermont. Y otras experiencias no tan positivas. Recuerdo que unos profesores básicamente me cogieron de bobo para expandir sus trabajos fuera de Vermont. Hay que aprender a decir que NO, especialmente si es con gente que te quiere usar como puente. Bueno, aprendí a las malas. Aceptar eso y otras mil situaciones (externas e internas), al igual que entenderlo, ha sido gracias al espacio que tengo en terapia; otra relación crucial es la que tengo con mi psicólogo. Lograr tener un espacio en terapia es crucial para cuestionarnos normas y elementos que no nos permiten autorrealizarnos. Eso, más hacer ejercicios, poner el cuerpo a sudar, me ha ayudado a responder adecuadamente a emociones y pensamientos negativos, a tener una buena higiene emocional. Y no puede faltar el apoyo que he recibido de la comunidad de amistades que he logrado construir―una comunidad que extraño muchísimo.

            Ahora estoy en Puerto Rico, dónde planifico completar mi disertación y mi último año del PhD. Esta travesía, misión, aventura o cualquier otra descripción tonta que se quiera usar para describir este trabajo, ha sido de muchos retos y muchas maravillas. Hay varias cosas que aún no logro. Ciertamente, la pandemia ha sido un detente en los estudios y uno no puede destenderse de los daños que se pudieron haber evitado. Y aunque estoy cundido de privilegios, la incertidumbre y la realidad terrible de lo que está pasando me tiene malabareando emociones. Pero cultivar y desarrollar las cosas que he esbozado aquí me han permitido moverme hacia adelante y cumplir con mis deberes. La escuela graduada es ese casi-limbo que nos permite desarrollarnos profesionalmente, a la vez que autenticamos nuestras identidades, valores y nuestro propósito.

En el 7mo Encuentro Internacional de Agroecología, Agricultura Sustentable y Cooperativismo de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) de Cuba (La Habana, noviembre 2019).

Foto principal: Universidad de Vermont, foto por Luis Alexis Rodríguz Cruz (2020)

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