Un Festín en la tala para celebrar un posible “buen vivir”

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Esta publicación fue parte de la fiambrerita del 17 de agosto de 2025.


1.

“El estacionamiento es fuera de la finca, en la grama frente a una estructura blanca gigante en construcción, confíen, sabrán cual es (…)”, decía el texto que recibimos, luego de hacer la reservación para el Festín en la Tala de julio, en el proyecto agroecológico el Josco Bravo en Toa Alta. Es una finca-escuela que desde el 2014 siembra y cosecha soberanía alimentaria—el derecho que tenemos todas las personas a decidir que es la que hay con nuestro sistema agroalimentario. El Festín es una de varias actividades y proyectos que llevan haciendo desde el 2023 para “apoyar el buen vivir de sus agricultores”.

Si bien la organización de esta actividad reproduce el esfuerzo de muchas fincas en Puerto Rico para contrarrestar y manejar los retos sociales, económicos y políticos. El Festín demuestra que las fincas no son solo fincas, sino también espacios de gestión cultural, de abogacía y de transformación. Este evento, más allá de ser otro producto para generar ingresos, es un espacio que permite experimentar una manera de comer en familia, de juntarse en una mesa, donde la calma y la lentitud son apreciadas. Más una invitación al espacio de trabajo. Y aunque los platos se confeccionan en gran medida con cosechas de la finca y otros productos locales. El Festín no es un farm to table, sino, como lo anuncian, “un table at the farm”, ‘una mesa en la finca’ para compartir la abundancia de nuestra tierra, celebrándola a ella y a las manos que la cultivan.

2.

Fotos cortesía de Mónica Ocasio Vega

“¿Qué estructura es?”, le preguntaba a mi amiga, Mónica Ocasio Vega, mientras guiábamos hacia el lugar. Debí confiar. Allí estaba lo que iba a ser un complejo hotelero. Un edificio que parece estar bien construido y que no le falta mucho para ser eso o algo mejor, como viviendas que podamos habitar. Esa estructura que no fue pudiera también ser una metáfora de Puerto Rico. Quién pensaría que aledaño a “lo que no fue”, a esa que es mucha de tantas ruinas en nuestras islas, hay sesenta y nueve cuerdas custodiadas, sembradas y cosechadas por jóvenes que apuestan por la posibilidad de una tierra que nos sostenga. Una metáfora de lo que pudiera ser. Bueno, no, metáfora, no. Algo más concreto: un ejemplo de lo posible.

Bajamos la cuesta hasta un portón que tenía el letrero de la finca. Casi un portal. Afuera unas cuantas casas y la estructura olvidada; y adentro: tierra con cultivos a punto de ser cosechados. Íbamos caminando bajo árboles que dejaban que el sol nos tocara a veces, entre un terreno recién arado y un predio en donde el ganado masticaba mirándonos. Como dos personas nerdas, íbamos hablando ideas para escribir nuestro primer artículo académico en colaboración. “Puede ser sobre la finca como espacio transformativo para contrarrestar las condiciones actuales”, algo así compartimos.

Al pasar el letrero de bienvenida, junto al mural de la mata de plátano que forma un buey, el Josco que trabaja en esa finca-escuela, la agricultora Suley Angélica nos recibió sonriendo. Nos señaló el rancho donde procesan las cosechas que en ese día fue transformado en “restaurante” para recibirnos para el Festín en la Tala. Nos llevó hasta nuestros asientos en la mesa rectangular larga, tipo picnic. “Nos tocó en el mejor sitio pa’ las fotos”, le dije a Mónica sonriendo, cuando llegamos a la esquina de la mesa que daba hacia la “cocina”

3.

“Pueden ir allí a pedir uno de los mejores jugos del mundo mundial que hace la mamá de Ian”, nos dijo Suley. Mi primera elección fue uno que combinaba guanábana, limón y menta. Luego Mónica y yo nos casamos con el de limón y jengibre. “Este es el primer Festín con mesa de dominó por si quieren jugar”, nos dijo Santiago, otro agricultor del equipo y coordinador de los Festines. La gente caminaba por el predio, al son de música tropical y el zumbido de unas abejas que, encima del rancho, trabajaban “cultivando” miel.

Fotos cortesía de Mónica Ocasio Vega

Mónica fue a retratar unas calabazas que estaban bajo una carpa cerca de un árbol, en cuyas ramas colgaban tiras de colores que formaban la bandera de Palestina. Mientras allí estábamos disfrutando un Festín, en el otro lado del mundo hay gente con hambre. No por falta de comida, sino por falta de justicia hacia un pueblo que sufre el genocidio ante nuestros ojos, por parte de un pueblo que conoce eso muy bien. Pero como decía una maestra que tuve: “a veces los oprimidos se convierten en opresores”. En el rancho había una mesa con un bodegón que, en cierto modo, rendía tributo a nuestra tierra. Estaba junto a otra mesa que tenía como un altar que nos recordaba que no se ignora lo que está pasando en Gaza y en otros lugares de este planeta nuestro.

4.

Unas campanadas detuvieron el bochinche que Mónica y yo estábamos compartiendo. Ian Pagán Roig, agricultor agrónomo y cofundador del Josco Bravo, nos reunía para darnos la bienvenida y empezar el recorrido por la finca. Buscamos dos bebidas más para no caminar a secas. Después de nombrar y agradecer a la tierra y al equipo, reconoció al chef Cristobal Clement, quien estaría cocinando en ese Festín.

El orgulloso papá, quien fue allí nombrado “padrino del Festín” por haber sido el primero en cocinar allí y motivar al equipo a gestionar el evento, es además una de las más de mil personas egresadas de la Escuela de Promotores y Productores Agroecológicos de el Josco Bravo. Yo soy de la “cepa”—como se le llama a cada clase—2022 de Ponce. En la Finca Reverdecer tuvimos un predio que trabajamos desde cero. La sensación de cocinar y comer con las mismas manos que siembran y cosechan abonan al sabor. Y parte de eso se experimenta en el Festín en la Tala.

“Algo que caracteriza [a El Festín] es que es [gestionado] por nosotros, nosotros que somos agricultores, que somos trabajadores de la tierra (…)”, decía Ian mientras comenzábamos el recorrido. “También es un reconocimiento a una generación de cocineros y de chefs que le están metiendo, que tienen un compromiso especial con la cosecha local, con el producto boricua, con el producto de temporada (…). Aquí no es lo que quiera hacer el chef o nosotros, aquí [se cocina] lo que quiere hacer la tierra”.

5.

“Aquel atardecer lo contemplé al trasluz de un crepúsculo tinto en sangre de toros, sobre la loma verdeante que domina el valle del Toa’, dice una oración del cuento de Abelardo Díaz Alfaro que le da el nombre a este proyecto agroecológico: El Josco. Aunque uno de los bueyes ya se llamaba así, como tradicionalmente se les nombraba por el color, el origen viene de la literatura puertorriqueña. Frente a Josco y Caramelo, otro de los bueyes del equipo, Ian nos contaba de los retos que han enfrentado para sostenerse. Entre amenazas de desahucio y dinámicas injustas de mercado, retos sociales y económicos que, en conjunto con impactos climáticos más fuertes, dificultan en gran medida el quehacer agrícola y pesquero del país. Muchas de las personas allí parecían desconocer tales dificultades. Se generaron conversaciones en donde la agricultura y la comida eran protagonistas, algo que quizás no tenemos presente en nuestro día a día.

Foto cortesía de Mónica Ocasio Vega

Caminamos predios diversificados, mientras continuábamos hablando sobre las estrategias que se han tomado para lograr sostener y sustentar El Josco Bravo dentro de esas realidades. “La agroecología es una forma de ver la producción de alimento en sintonía con los recursos naturales, es inherentemente conservacionista. Protegemos los recursos, protegemos el suelo, protegemos la vida que está en la tierra, que está en nuestro alrededor”, nos decía el también agricultor que fue parte del documental Serán dueñas de la Tierra,sobre el enfoque que asumen en pro de la tierra y de su bienestar. “Como somos parte de la naturaleza, pues tenemos que pensar [también] en los seres humanos. Y agroecología sin justicia social y sin política, pues dicen que es jardinería paisajista. No hay agroecología posible si no hay derecho para nosotros los que trabajamos en la tierra, para los campesinos”. Vimos parte de las diez cuerdas cultivadas en la finca. El equipo sueña con cultivar más y lograr tener producción pecuaria también.

6.

El bullicio dentro del rancho, mientras caía la noche armonizada por la música que nos mantenía presente, le hacía competencia al bullicio de las abejas que estaban en la entrada. Ya estaba todo el mundo en sus asientos, compartiendo anécdotas e impresiones sobre el recorrido. Escuché recuerdos de la niñez, recetas de familiares y hasta recomendaciones de política pública agroalimentaria–no puedo evitar escuchar conversaciones ajenas, sorry. El bullicio se redujo hasta pausar. Cristobal nos habló del menú y nos invitó a que, además de los alimentos, saboreáramos el momento que teníamos allí.

Fotos cortesía de Mónica Ocasio Vega

“Que lindo esto”, dijo Mónica cuando nos trajeron la crema de pana y coco. Cada cucharada tenía una textura casi como un flan o como un chin de gelatina que te recuerda la niñez: la textura ocupaba el paladar. Luego comimos una ensalada que, como mencionó Cristobal, representaba la diversidad producida allí en la finca. La vinagreta de carambola que tenía pareaba bien con las hojas de mostaza picantitas. Mónica y yo cedimos y pedimos otro juguito premiado antes de que llegara la tortilla. Este fue mi plato favorito. Esa calabaza ni sal necesitaba. Antes de terminar con el postre que quise repetir, nos trajeron bacalao con habichuelas. Allí aprendí lo que es un sous vide, método que se usó para cocinar el pescado.

7.

Antes de terminar mi postre, miraba las caras de las demás personas. Se notaban alegres. ¿Supongo que es eso que pasa en un festín? Cabe destacar que “fiesta” y “manifestar” provienen de un origen común. Se puede festejar sin obviar las realidades terribles que nos rodean; se puede festejar, mientras se hace algo en pro del bienestar común. Me recuerdo eso cada vez que me doy un gustito o cuando voy a comer en sitios donde el plato cuesta más de lo que hace una persona en el día, ganando salario mínimo. Sin embargo, no es lo mismo gastar $80 en un restaurante donde el menú es inglés y tratan mal a los empleados que en una finca en donde, como nos mencionó Suley, primero van las cosechas, luego quienes la sembraron y después quienes las cocinaron.

“Parte de la propuesta de nosotros es que estas ocasiones no sean tan exclusivas. Nosotros soñamos con una sociedad en donde este tipo de dinámica pueda ser más común en nuestro diario vivir”, decía Ian luego de servirnos el café y presentar cada persona del equipo de la finca que en esa noche también eran meseros. “¿Y a qué me refiero? Alejarnos un poco del fast food y tener el momento de slow food, de calma, de comer con paciencia, de compartir, de tener una buena conversación mientras se degusta buena comida. Que no sea tan extraño y tan exclusivo que gran parte de los ingredientes de nuestras comidas diarias provengan de la tierra cercana a donde estamos teniendo la oportunidad de comer”.

Le aplaudimos al equipo y luego a Cristobal, a quien se le pidió unas palabras para despedirnos. “Yo no soy un gran cocinero, pero sí soy un gran soñador y yo cuando llegué hace 13 años a esta isla me enamoré, primero me enamoré una puertorriqueña (hubo risas) y después llegué, pero me enamoré perdidamente de esta isla y creo que tiene un potencial bien grande. Ustedes son los que pueden hacer que gente como Ian, como yo o como nuestros colegas en esta industria volvamos a trabajar en estos lugares pequeños”, dijo con una sonrisa algo tímida cuando le aplaudieron.

Foto cortesía de Mónica Ocasio Vega.

8.

Ya el camino no era alumbrado por el sol, sino por unas cuantas antorchas cuyas llamas parecían bailar al son de los coquíes e insectos que habitaban allí. Subimos la cuesta junto a una comensal que había venido desde Ponce. Nos contó a Mónica y a mí que había regresado a Puerto Rico hace un tiempo y que quería insertarse en la agricultura. Nos habló de su familia y de su trasfondo criándose y trabajando en el cafetal de la familia. Le mencioné del Huerto Urbano del Callejón Trujillo en Ponce, de la Finca Reverdecer y de otros espacios en el sur que son ejemplos de lo posible en estas islas nuestras; que son lugares que están sembrando y cosechando soberanía alimentaria para lograr “un buen vivir”. Una cosecha como la que probamos en el Festín en la Tala.


El Festín en la Tala se celebra mensual. Puedes conocer más en las redes sociales de el Josco Bravo. Puedes concoer más de Cristobal Clement aquí.


Esta publicación es parte de La Fiambrera, un proyecto que enlaza mis amores por la investigación en sistemas agroalimentarios, la comida y cocina, al igual que la narrativa. Recibe una fiambrerita todos los domingos. ¿No recibes una fiambrerita semanal? Suscríbete aquí. Puedes acceder el archivo de las pasadas fiambreras aquí y acá puedes ver todas las pasadas columnas.

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