¿Cuál es el sonido que se escucha cuando se está presente?

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Tenía que salir en la noche, no recuerdo para qué. Lo que sí se me quedó en la mente de ese jueves fue el ruido, el crujir, el estillado de un caracol. Estas noches húmedas han invitado a que varios de esos moluscos se paseen por nuestro hogar. Ese estaba justo al lado de mi carro. Me sentí mal. Pero lo vi moverse y gracias a Elizabeth Tova Bailey, autora de El sonido de un caracol comiendo* (Algonquin Books, 2010), supe que estaría bien. Pues esa pequeñas criaturas que nos recuerdan que moverse al paso de uno, al paso natural, se logran grandes cosas. Entre ellas, regenerar o mudarse de casa, de caracol.

Y es que la casa de la autora, su cuerpo, estuvo entumecido e innamovible por varios años debido a un virus que le causó una enfermedad mitocondrial—ese es el organelo celular que es, básicamente, las plantas eléctricas de nuestras células. Le tomó tiempo a los médicos de esa escritora estadounidense descubrir lo que tenía. Y fue en esos meses y años que ella se dedicó a observar un caracol que le trajo una amistad y colocó en un terrario. Uno al que ella alimentó, observó, estudió y escuchó.

Algo que yo capturé de este bello libro que es una crónica que abraza a la memoria, es la importancia de saberse presente; de entender el entorno desde el entorno mismo. Tova Bailey no obvia su sufrimiento, ni sus deseos. Tampoco ignora sus arrepentimientos ni la realidad de su enfermedad. Los describe muy bien en este libro corto que se lee como ver un cortometraje.

“La enfermedad aísla a una. Quién está aislada se convierte en una persona invisible; y lo invisible se olvida. Pero el caracol… el caracol logró que mi espíritu no se evaporara. Fuimos, el caracol y yo, una sociedad. Y eso ayudó a que el aislamiento estuviese lejos de mí” (p. 132).

La autora contextualiza sus malestares y los yuxtapone con lo bello de estar presente y de aceptar la realidad. Así como el caracol y otras millones de especies aceptan y se dejan guiar por su naturaleza.

El libro refleja, más allá del tiempo de recuperación, el tiempo que ella invirtió leyendo literatura científica y poética sobre los caracoles. Desde poemas Kobayashi Isha hasta libros de siglos pasados de científicos naturales. Entonces, el tiempo no fue invertido en observar al caracol, sino a aprender de su naturaleza, a entenderlo y conocer la Belleza de ese animal. ¿Qué sería de este nuestra sociedad si por un tiempo, nos enfocáramos en entender al otro en sus condiciones? ¿Cómo sería todo si nos aceptáramos desde el amor?

Hace poco comencé a tirarle fotos a aves. He estado presente, he conocido los nombres de esas especies endémicas y naturalizadas de Puerto Rico. Respiro profundo y manejo mi ansiedad generalizada capturando fotos. Escucho los silbidos de una ave y recuerdo a Elizabeth Tova Bailey. También al sonido que hace el caracol, mientras come: “El sonido era como si una persona pequeñísima estuviese monchando celery continuamente (p. 12”.

*Título original en inglés es The Sound of a Wild Snail Eating. La traducción al español es mía, no es oficial.

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